Saturday, March 07, 2009

El sabor de la leche blanca y pura como la manteca de los divinos tesoros esconde la rúbrica del sol a la hora en que muere sin errar el nombre, con sus ojos azules.
La rosa blanca agita murmullos tenues mientras el niño aguanta el fuego, aguanta el mundo con su cabeza de papel maché en los zócalos inmundos y eternos de su llanto. Es que para nacer el tiempo trae frutos de manos pequeñas, manos de azúcar, relámpagos de palabras y silencios rotos como monedas. La verdad se escabulle entre las piernas desnudas, entre los giros de su pollera y nada mejor que la hierba para dejar que el cuerpo entre en la atrocidad pútrida de la muerte, para llevarse el velamen , la impostura de sus barbas y sus arrugas, seleccionando el alimento de la noche torcida, cuando llega el viento con sus mentiras y sus aspas de molino de agua y trae sus agonías con sus nombres trocados para una mejor dentellada, menoscabando el rumbo a la hora de la siesta.

En el vientre circular de la noche
Nace la rosa engalanada del silencio
y titubea tímida en el profundo azul de mis venas
como estrellas que abre el tedio
A la boca ensanchada de vida
Por el rielar del esperma
La gracia de un nombre recostado en una conciencia
Como una pared o un techo que se derrumba.
Hay un litigio con la sombra
Un clarear del grito
Mientras estallan los sueños
Tan despiertos y a deshora
Celebración de la muerte blanca
La vaca sagrada de la lentitud
En los ojos de la eternidad
Donde se regodea una voz de suicidio
Como un túnel oscuro
De nieve profunda en la soledad tan roja
Tan vecina
Con pava y mate para limpiar los campos de la ausencia.
España.
La locura es una alfombra que se barre
Y se tira y se enjuaga
Como un cardo
O una rosa
La amputación de mis hermanos
Yo que sabía a los huesos
Mariana.