Friday, May 18, 2012

La niebla rasga los objetos con su corazón de ceniza y hay en los tormentos un dolor, una agonía de zapatos viejos, una penumbra de inquietudes y tristezas como tantas banalidades o palabras confusas, multicolores, dichas para exasperar a la especie de los caracoles y su nacarada realidad marina sobre la ola que atestigua de otras verdades, la tumba forjada sobre sus cabellos, el reloj de arena de todos sus inventos y sueños. No hay cosmovisiones circulares; solo hay un embarazo inútil que se palpa entre las ingles con la persistencia dura de un naranjo, la belleza caduca de una flor y la espera tortuosa de una sonrisa que nunca llega a tiempo, como si la niebla rasgara una hoja de papel socavada con el sexo; mirando al centro de otras pinturas reales; manchones negros y rojos sobre arboledas consumidas; esqueletos que hacen daño sobre el mármol frío y sin vestigios, los bordes de porcelana que se atascan sobre la tetera de la infancia con tantas canciones sublimadas. Y todo estalla y estamos en una madrugada delirante, con el corazón puesto en el movimiento imaginario, donde la pereza va abriendo dulces fantasías y redobles de gargantas estrechas y caricias como paseos lejanos o metáforas que te circundan en las llamas abiertas del dolor, cuando te apagas libremente como una lámpara de cristal, para nombrar tu falta de luz y desasosiego, planta la ola una maravillosa realidad de ensueño con transeúntes como siluetas o personajes de cartón piedra para armar el abalorio de los papeles y los cantos; llaga de los murmullos, pretensión de una tierra sin formato que se visita con los pies descalzos.

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