Tuesday, August 29, 2017

Y me aleje de mi mismo para echar mis pedazos en un rincón, y que se lo comieran los lobos, todos esos pedazos de enfermedad, toda esa vida al garete, flotando a la deriva de un poema, de un paisaje que se abre a los cuatro vientos de la locura y que se siente como una emancipación, como una fiesta y de pronto soñar en medio de los libros, perderse en una novela, por amor quizás a esa mujer que te hace sentir mas joven y que sobrevuela tu camino, a la espera de tu desamparo, de tu ser vulnerado, como si hubieras despertado en el medio de un gran mamarracho, hablando de la maternidad, de todos los padres del mundo, del pecho fecundo y continente, como es el pecho del mundo, de las ciudades, de los pueblos en la madre que sangra, en su futuro, por todas las frias sombras de los ataúdes, por la ultima blancura que se deshace en la mortaja, en tu risa que rescato, en tu andar como andan los hermanos solos en los pechos malditos, los que no pueden nombrarse, los eternos pechos de la muerte que habitan lengua arriba, en la mudez, donde los planetas se circuncidan también eternos en la noche que ella llega para morir con su vestido, para nacer con su vestido, para dejar una tierra sabia, una firma, una señal en la memoria viva que la restituye, que la trae de vuelta, que la deja para siempre viva entre nosotros por un amor quedo con los brazos amputados, como la familia amputada, por todos esos desesperos neutros, esa agonía de morir desde siempre con ella, de no conformarse con otras cosas domesticas si faltaba su mirada, si faltaba todo.

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