Tuesday, September 05, 2017

Y a veces no se donde poner mi tiempo, donde puedo ampararme sobre la tarde que respira soles profundos o vientos que degradan el caminar por la vereda de Buenos aires, por la ciudadela llena de música y de gente encorvada en sus apariencias, en su videncias dolorosas, melancólicas, por momentos felices. Pero siempre hay que pensar en la dulce compañía, en la madre sola, en el hijo que llora todas las primaveras. Hay que empezar por todo lo tachado, por la mirada del cielo, para atravesar los mares con nuevas naves, a pesar de los números, de los quebrantos, de las sociedades anónimas y de los gritos de todas las profundas acechanzas, siempre es tiempo de seguir respirando, de sacar la parte viva de tanto desastre y la nueva orientación por ese anonimato callejero, por ese hospital donde crecen y mueren las enfermedades, se desviven de ilusiones los enfermos, convidan a nuevas estrategias de rinoceronte, en el zoo de la vida donde el cazador caza a su caceria, siempre verde la magia del abanico en el dolor de los únicos ausentes, los malvivientes de lo mal vivido en las manos de dios, en la tentativa incesante de curarse, de mojar con agua sus heridas en el ciclo que abre el porvenir como una flor o como un huevo que se rompe o como la frase que aturde por el sol que calienta sobre los hombros, sobre el lunar atravesado en la nariz profunda de su desnudo, de su cuerpo doloroso, de su ambicion de tanto dinero que va perdiendo entre todas sus ambiciones se va quedando solo, hecho de simple mugre de ceniza, como porfìa de algo batido entre las olas, mientras llora y se cuece como un fideo.

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