Tiemblan mis manos y es la noche que tiembla, tan escurridiza y solitaria mi noche, por no hablar de mi historia en los hospitales, a veces con ganas de morir, otras veces inclinado hacia la luz, maravillado como un pajaro. A mi se me hace que esta soledad tiene el sabor de las cosas grandes, pero al mismo tiempo, acostumbra a parir veneno e hiberna en los rincones, como los osos polares y es una serpiente encantada y se queja de las huellas en el barro, de toda la infancia huerfana. A mi se me prende esa infancia sin voz, con la logica de los muertos, con la gracia de tu sepultura para ser propicia a un mundo de gusanos hambrientos; en todos los cementerios donde se fraguan los ataudes, las tumbas silenciadas, tu voz que no podia ser dicha, en el misterio matrimonial donde lo mas hondo de este silencio y los candelabros ardiendo duelos de incienso, asi me gustaba nombrarla desde las raices, desde su sonrisa que se apaga en el olvido y en la memoria recuperada y triunfante. En esta noche la celebro y me invito a repensar el tiempo, que es uno con mi temblor y mi soledad que empuja hacia arriba las estrellas, el universo entero y toda la constelacion humana a la hora de invocarte, Elena.